Por Juan Carlos Ortega
Ha transcurrido ya un año desde el arribo de Barack Obama como el presidente número 44 de Estados Unidos. Doce meses han pasado y con ellos, gran parte de las expectativas generadas al inicio de su administración. La popularidad del primer mandatario afroamericano se ha desvanecido en compañía de las promesas incumplidas.
En una muestra de suma empatía, resulta imposible culpar a Obama del colapso económico gestado durante el periodo de su antecesor, pero apenas se puede calificar de aceptable las maniobras con las que el gobierno federal dio respuesta a la contingencia financiera de 2009.
La evaluación empeora cuando se introducen al análisis las acciones en política internacional. Aunque aún se ve lejano el día en que el actual presidente emprenda una nueva guerra, todavía resulta incomprensible su designación como el premio Nóbel de la paz. El plazo para el cierre de Guantánamo se ha vencido, y aunque la iniciativa mantiene vigor, es difícil precisar si esto ocurrirá. A ello hay que sumar las declaraciones hechas tras el incidente ocurrido en un vuelo que tenia como destino EU y en las cuales se decía: “no hay que olvidar que todavía estamos en guerra”. Más significativa fue la tímida postura adoptada ante la destitución del presidente electo de Honduras, Manual Zelaya; si bien es cierto que finalmente fue condenado el golpe de Estado, el posicionamiento del presidente norteamericano estuvo lejos de hacer honor al galardón con el que le fue reconocido.
Otra promesa pendiente es la reconversión de las tecnologías contaminantes y la creación de políticas para hacer frente al cambio climático. La cumbre de Copenhagen estuvo marcada por los señalamientos de la comunidad Africana sobre la falta de voluntad política, de los representantes norteamericanos, para llevar a cabo los acuerdos necesarios que culminaran en un pacto internacional para reducir, globalmente, la emisión de gases de efecto invernadero.
Finalmente habrá que señalar que una de las principales propuestas que guiaron al candidato demócrata hasta la casa blanca, fue la promesa de llevar a cabo una reforma migratoria de la cual todavía se desconoce su paradero.
En suma y toda proporción guardada, la administración de Obama durante su primer año de gobierno no dista mucho de la tendencia observada en la postura de sus antecesores. La crisis económica puso un tope al proyecto de Nación, pero de ninguna manera debería representar un obstáculo para que el presidente y el congreso, con mayoría demócrata, lleven a cabo una legislación a la altura de sus promesas de campaña. La falta de acciones y la decepción causada por promesas incumplidas, han empezado a cobrar factura: el nivel de aceptación entre la ciudadanía ha caído hasta ubicarse en 50% y la elección del candidato republicano Scott Brown en Massachusetts, pone en grave riesgo la aspiración más ambiciosa de Barack Obama, la reforma al sistema de salud.
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