lunes, 4 de enero de 2010

¿Somos libres?

Ahora que ha empezado el 2010, vale la pena preguntarse con cierta serenidad ¿somos una sociedad libre? Detenerse a reflexionar unos momentos sobre este asunto, puede resultar de mucha utilidad, sobre todo si queremos mirar sin ingenuidad el panorama que se avecina en este año del bicentenario.

Para empezar quiero destacar que no me refiero aquí, a la libertad individual de cada ciudadano, sino a la libertad colectiva, es decir, a las posibilidades de elección y autodeterminación que tenemos los mexicanos. Mi intención es poner en evidencia que ―a pesar de las celebraciones patrioteras, los discursos flamígeros y la exaltación de los ideales revolucionarios― todavía no hemos alcanzado la independencia política y la soberanía alimentaria que necesitamos para desarrollar nuestras potencialidades al máximo.

La propaganda oficial, constantemente nos dice que este hecho histórico es un motivo de celebración y orgullo, sin embargo, la realidad nos muestra de manera contundente nuestros errores acumulados por décadas, los cuales pueden explicarse como producto de la autocomplacencia y el descaro. No se trata de adoptar una postura pesimista, pero si hacemos un balance de los acontecimientos del 2009, entonces tendremos que reconocer que estamos inmersos en una situación complicada, de la que nadie nos va a venir a sacar milagrosamente si no comenzamos a hacer algo de manera inmediata.

Cómo permanecer indiferentes, si la actual crisis económica mundial ha puesto en evidencia la fragilidad del sistema financiero global y ha provocado serias dudas con respecto a la viabilidad del modelo neoliberal, el cuál se quedó atrapado en el espejismo de la “libertad de comercio”, en la especulación bursátil y la obtención de la plusvalía, provocando que millones de gentes se quedaran sin trabajo

En este contexto resulta ingenuo creer que el modelo económico neoliberal es el paradigma que solucionará nuestras dificultades económicas, las cuáles también tienen que ver con errores y desaciertos provocados por nosotros mismos, los cuales se relacionan tanto con deficiencias estructurales, como con el abandono del mercado interno y la falta de voluntad política. Este espíritu de autocrítica es indispensable para no seguirnos engañando;

La libertad es algo más que comprar o vender mercancías indiscriminadamente, la libertad es algo que se consigue mediante la satisfacción de las necesidades básicas y no en oposición a ellas, la libertad es algo que se construye todos los días y no una entidad abstracta que esté dada de antemano. Cómo creerse el cuento de la libertad difundido por los medios masivos de comunicación, si como sociedad no hemos alcanzado la soberanía alimentaria, si seguimos importando grandes cantidades de maíz, trigo, sorgo, carne y otros productos de primera necesidad, además de casi el 40% de la gasolina que consumimos. Cómo explicar nuestra dependencia tecnológica y nuestra falta de objetivos a mediano y largo plazo.

Somos un país en vías de desarrollo, para decirlo de una manera elegante, y en ese contexto vale la pena volver a preguntarse ¿por qué vivimos los seres humanos en sociedad? En primer lugar para satisfacer las necesidades que hacen posible la reproducción de la vida y en segundo lugar para protegernos del peligro. Ahora bien, desafortunadamente estas condiciones básicas, que son el pilar del cualquier contrato social, no han sido alcanzadas después de 200 años.

Es cierto que la vida de los seres humanos no debe reducirse a satisfacer las condiciones mencionadas, pues de ser así no habría diferencia entre los grupos animales y los grupos humanos; los seres humanos también buscamos la convivencia, el desarrollo de nuestras facultades y potencialidades. No obstante reflexionar desde esta “ética de lo mínimo” nos sirve de punto de partida para saber cuáles son nuestras deficiencias, pero también nuestras prioridades. Así las cosas, después de dos siglos de luchas políticas y de varias décadas perdidas en materia económica, no resulta descabellado plantear un cambio de paradigma, es decir, un desplazamiento de una “sociedad de mercado” a una “sociedad del conocimiento”.

Para lograrlo no sólo se requieren buenas intenciones, sino un debate riguroso acompañado de mecanismos de acción política y de construcción de nuevas formas de organización social, que nos permitan superar los condicionamientos culturales, políticos y económicos, que desde hace mucho tiempo impiden que nos desarrollemos con plenitud.

Osiris González

México D.F. 4 de Enero de 2010

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